Tuve que dejarme follar por el jefe para conservar el trabajo

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A los pocos días de empezar a trabajar, supe que tarde o temprano tendría que renunciar o dejarme follar por mi jefe. El cerdo no paraba de mirarme el culo y las tetas. Me decía guarradas todo el tiempo, y me metía miedo diciéndome que todavía no tenía decidido contratarme. Un día, mientras estaba sentada frente al ordenador, se puso de pie a mi lado y sacó la polla. Yo lo miré a los ojos y entendí que tenía que chupársela. Sin decir una palabra, le hice una mamada. Al día siguiente, me hizo quedar después de hora y sí: me folló. Me hizo poner las manos sobre el escritorio, dejándome con el culo en pompa, y me penetró por detrás. Ahora me folla varias veces a la semana, y aunque no me disgusta follármelo, siento mucha pena por el cornudo de mi marido.